“Mamá, mamá, está lloviendo”, dice el niño. “¡No!, tengo ropa tendida”, grita la madre. “¿Me haces tortas fritas?”, le pregunta el niño mientras que su madre sale corriendo a destender la ropa.
Para todos los chicos es un martirio que llueva en las tardes, sobre todo si es de un fin de semana. No se puede salir a jugar y además, como en Uruguay el noventa por ciento de las veces que llueve viene escoltado por tormenta eléctrica, los obligan a desenchufar la computadora y la televisión. Un día de lluvia puede llegar a ser muy aburrido pero hay un premio consuelo: las tortas fritas.
Yo creo que fue un invento de una madre para entretener a su hijo. “Toma nene come la torta frita y no llores”. Con Cocoa, Vascolet, leche caliente y, para los más grandes, con café o té. Es la delicia que adorna los días grises y nos ayuda a calentarnos y deleitarnos por dentro.
Recuerdo que de niña deseaba que lloviera, eso significaba que mamá ponía mi alfombra roja acolchonada en el medio del comedor. Mis tíos y mis abuelas venían para compartir las tortas fritas con chocolate, que hacía mi padre. De esa forma, jugaba en la alfombra con mi hermano, mientras escuchábamos hablar a los adultos, y dos por tres nos atrevíamos a interrumpir para mostrar la casita de Legos que habíamos armado.
Los días de lluvia están acompañados por ese olor a frito, que a pesar de ser asqueroso, el estómago rechina pidiendo un poco para él. Caminar por la calle y sentir ese olor típico que proviene de cada casa. Te invita a cerrar los ojos e imaginar la escena familiar que sucede ahí dentro.
No sólo se disfruta el comerlas sino que el arte de cocinarlas es aún más divertido. Amasarla, estirarla y luego a dibujar en ellas. Muchas formas y muchos tamaños. Por último, al sartén y esperar a que se frite. Creo que todos de niños alguna vez hicieron una torta frita con una forma graciosa o una carita en el medio.
Para todos los gustos, están las coberturas. Hay quienes las comen con dulce de leche - para sentirse más uruguayos aún - otros le ponen miel - más típico en las señoras mayores que la miel ya es parte de sus vidas, de sus té y sus torta fritas – y por último, están los que son más atrevidos, y les gusta la aventura, entonces las cubren de manteca y mermelada – convirtiéndolas así en un manjar agridulce.
Baldosas sueltas que ensucian pantalones, árboles que detienen por un momento el agua y luego la dejan caer toda junta justo cuando ibas pasando, frío, ropa y pies mojados, todo queda atrás cuando llegas a tu casa y te esperan esas masas fritas, con el ojito en el medio, y el vaso de chocolate caliente.
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