Salgo de mi casa, tranco la puerta, me pongo los auriculares y presiono play: a caminar. Es un trayecto de 10 cuadras que no concibo hacerlo en silencio. La música tiene que estar allí. No importa el tema, el cantante o el género. Es una parte de mí que no puedo evitar.
Después de dos cuadras empiezo a meditar. La música sólo está de fondo. Me sirve para poder aislarme y así, pensar mejor. No me distraigo con los ruidos de la calle. Me siento bien, en paz. Me gusta repasar lo que tengo que hacer y creer que todo saldrá bien. Es como una terapia. Me ayuda a canalizar recuerdos, sentimientos, ideas, pasiones.
Llevo cuatros cuadras y me doy cuenta que la música no sólo me acompaña todas las mañanas. Mi obsesión va más allá. La llevo dentro, me mueve, me motiva. Tal vez, es porque a los seis años estaba obligada a escucharla con atención para poder representarla en ballet. Horas y horas con una pieza clásica para entender la historia y las emociones que hay detrás. Para que el espectador crea en mis pasos y entienda la historia. Para poder comunicarme mejor.
Ya son seis cuadras y me encuentro esperando el cambio de un semáforo. Mi reproductor elige la canción Trouble de Coldplay y su introducción en piano me traslada en el tiempo. Me veo a mí misma parada en frente a un órgano practicando, con mi profesora al lado, que corrige mis errores. Me trae nostalgia. Pienso en mi niñez y en mi abuela, que asistía a todos mis recitales. Recuerdo lo orgullosa que ella estaba de mí y entiendo por qué me gusta tanto tocar ese instrumento. Creo que además, por ello me rodeo de músicos. Siempre estamos yendo a toques y conciertos, de amigos o de músicos conocidos, y luego pasamos horas compartiendo nuestra mirada crítica del show.
En la octava cuadra me pregunto en qué otra parte de mi vida se encuentra. Imagino que estoy en una fiesta y me dejan a solas con alguien que no conozco, me lo acaban de presentar. Intercambiamos un par de palabras y quedamos en silencio. Se puede sentir con claridad la tensión. Antes de que lo pueda pensar estoy hablando de música para romper el hielo. Todos tenemos algo para decir cuando se trata de ella. Qué géneros nos gustan o qué pensamos de la carrera de un artista. “¿Por qué cambió tanto Shakira?, ¿te acuerdas de cómo era en los noventa?”, me pregunta. “Porque vende”, le contesta mi amigo que acaba de llegar. De ahí se entabla un debate que a algunos atrae y a otros espanta. Argumentos por aquí, hechos y cifras por allá. Y yo me siento cómoda.
Décima cuadra. Estoy parada frente a mi facultad. Todavía sigo escuchando música. No puedo entender cómo es que me sirva y me provoque cosas tan diferentes entre sí. Incluso a veces opuesta. Me desconecta del mundo, me aísla, pero también me sirve para compartir momentos y me ayuda a expresarme. Me hace recordar pero también me motiva a seguir adelante. Me hace mejor persona, me ayuda a crecer. Es algo que tengo en común con todos. Es un punto de encuentro para todos aquellos dispuestos a escuchar. No estudio música sino comunicación pero creo que fue la primera que motivó a la segundo. Al final todo es comunicación y la música un todo.
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